domingo, 27 de septiembre de 2009

Felíz Navidad



Industria desesperada

Lo que ví hace semanas no me hace felíz; es como si sintiera el gemido del mundo, el lamento de la armonía, o a la letra “i” sin su puntito. Mi corazón no lo quiere aceptar. Ya sé que estamos en un mundo que se esfuerza por ir cada vez más de rápido, que la primicia es lo que cuenta, pero ¿dónde están los límites, al menos cuando no se trata de una noticia?. Para la Navidad falta aún meses, pero en este lado del mundo, como seguro en muchos, la Navidad ya está en nuestras narices.

Como un bebé prematuro, como un pastel con la masa cruda, como frutas inmaduras que debemos comer; así están bien colocaditos en los estantes de muchos supermercados los papá noeles de chocolate envueltos en papeles navideños, las galletitas típicas de navidad en forma de estrellitas, angelitos y campanitas, y hasta los cerditos de mazapán que aquí auguran buena suerte para el nuevo año. Nein, nein nein! grité tratando de controlar la fuerza de mi voz mientras caminaba con mi carrito de compras por un supermercado cuando recién comenzaba septiembre, ¡septiembre!. Los papánoeles me sonreían, y las galletitas me guiñaban los ojos invitándome a comprarlas, pero yo les dije ¡no!, ¡todavía no!.

Andaba con sandalias y short, el verano se despedía poco a poco. Y si era imposible imaginarme el frío o la nieve que acompaña el ambiente de la Navidad europea, menos podía imaginarme comprar esas cosas típicas de los días de invierno. Ahora el otoño ya empezó, la gente comienza a sacar delgados abrigos, y los productos de Navidad empiezan a elevar su demanda. ¿Y qué haremos en noviembre y diciembre?, ¿estará la gente hastiada?, y cómo les enseñamos a nuestros niños a ser pacientes cuando su mayor alegría es que llegue diciembre para abrir los envases de galletitas con olor a canela y vainilla que mamá suele preparar y luego guardar en el sótano hasta la fecha indicada. Ahora lo tienen todo desde ya, con precio, acomodado y etiquetado.

Yo no tengo niños todavía, pero me duele ver cómo crecen muchos de los que ya están en este mundo, a la loca, al champazo, con el desayuno en la boca y un pie en el bus escolar, sin disfrutar mucho la escencia de las cosas, teniéndolo todo antes de tiempo. ¡Con tan bonita tradición que siguen aquí las mamás alemanas!, hornear pastelitos y galletitas dulces para calentarse en Navidad. Ahora la industria le gana a la “Hausfrau” (ama de casa) por puesta de máquina.

Después de ese día en el supermercado no volví a ir de compras, y hasta se me inflamó el ojo derecho, me lo restregué tanto que se rasgaron mis venitas oculares y me quedé con un ojo rojo como la sangre, por eso me alejé de todas las pantallas electrónicas, para no ver y cuidar también mis ojitos. Pero es inevitable, el comercio y el negocio siguen creciendo de una manera monstruosa, gana el que vende más, lo cual es justo, pero y dónde queda el respeto a la armonía y al orden natural de las cosas. Es cuestión de gustos tal vez, pero para mí es mejor aprender primero a caminar y después a correr, a estudiar y después enseñar, y no desesperarse por ganarle al futuro.

El oculista sólo me recetó gotitas que ayudarán a que mi ojo recupere su color normal, espero que sea pronto porque ya me cansé de ver mi ojo con la señal de “stop”permanente. Mientras tanto disfrutaré todavía del inicio del otoño, oiré con atención los últimos cantos de las aves, y mojaré todavía mis pies en el lago que aún invita a refrescarse. En octubre estaré más atenta a las noticias sobre las celebraciones del día de la unión de las dos Alemanias, de paso aprovecharé en aprender mas de esta historia que no deja de impresionarme, y en noviembre aplaudiré el inicio de los carnaveles y disfrutaré de todos los desfiles con trajes y máscaras que buscan espantar al invierno.

Le daré su tiempo y su lugar a todo, y como siempre lo disfrutaré al máximo. Y cuando noviembre comience a acabar, me uniré a las celebraciones de las navidades, ¡y sé que me encantará!. Haré en casa las galletitas típicas con las recetas de mi suegrita, las guardaré en envases navideños y esperaré ansiosa los días festivos para disfrutar de ellas, compartirlas, y calentarme con su sabores de canela, clavo de olor y demás especies.

Pero todavía hay tiempo, por ahora en casa empezamos a preparar jaleas de manzanas y peras que los árboles nos ofrecen. El otoño es hermoso, mientras unos árboles todavía dan frutos, otros ya empiezan a cambiar de color y las hojas se tornan color naranja y vino. Mientras miro esos paisajes mi corazón se eleva y pienso un poco en mi casa de Perú, por allá comienza mas bien la primavera, y en octubre viene el tiempo de turrones y mazamorra morada, y deseo de corazón que mi gente disfrute también cada día; del presente y su escencia.



"Mientras tanto este mundo gira y gira sin poderlo detener,
y aquí abajo unos cuantos nos manejan como fichas de ajedréz,
no soy la clase de idiota que se deja convencer..."

viernes, 11 de septiembre de 2009

Adiós a mi angelito



Con los brazos vacíos

Hace una semana recibí una noticia que me destrozó. Desde hace una semana estoy tratando de llorar menos. Hoy creía que tenía las fuerzas para escribir sobre ésto, pero él vuelve a mí y mi corazón da un vuelco. En mi mente lo siento, lo acaricio, me río con él y soy felíz al lado de su ternura y sabiduría. Mi angelito de pelusas, ojos hermosísimos y tierno corazón ya no está en este mundo. Sé que él me estaba esperando, pero no pudo más. Sé que él quería verme otra vez, así como yo a él.

Me quedé así; buscando pasaje de avión para estar con él sus últimos días, soñando que llego a verlo y que me despido de sus ojos bellos, sigo sin poder creerlo. Me dejó con los brazos vacíos.

Pipo se llamaba, y su nombre vivirá por siempre. Es sólo un canino se podría decir, pero eso no lo hace menos que un ser humano. Él llegó a mí cuando yo más necesitaba de compañía, estoy segura que un ángel me lo envió, y luego él mismo se transformó en mi ángel. Ya desde cachorrito sin saberlo salvó mi vida; regresábamos en taxi de visitar a una amiga, y por el camino de la Costa Verde el hijo de fruta del taxista saca una pistola, yo me congelé, mi pipo solo jugaba con un botón de mi abrigo, hacía menudos sonidos de cachorro y miraba tierno, el “taxista” miró la escena y no hizo más, yo solo rezaba por llegar pronto sana y salva a casa, y así fue.

Mi angelito me regaló los seis más hermosos años de mi vida, los otros tres sólo lo escuché por teléfono. A su lado mis penas se evaporaban rápidamente, mis lágrimas eran menos y mis risas eran más. Es increíble lo inteligente que son estas criaturitas, mi angelito lo entendía y se daba cuenta de todo. Sentía mi pena aún cuando me refugiaba en un libro, pero el me sentía; entonces me empujaba con sus patitas y me miraba con esos ojos hermosos tratando de hablarme, entonces las lágrimas me ganaban y él me lamía. Luego se sentaba como un canguro, su posición favorita, y se quedaba así minutos interminables moviendo las “manitos” hasta que yo riera, y lo lograba.

Desde que nació era tan delicado y a la vez tan amoroso. Conmigo se hizo sensible y engreído, característica de la pequeña y bella raza Shih-Tzu. Los recuerdos son interminables, todos tan divertidos y llenos de ternura. Sabía como avisarle a mi mamá que yo estaba comiendo sola en mi cuarto un arroz chaufa que había comprado en la esquina. Sabía hacerlo, mi mamá venía y todos nos reíamos. Podría escribir un libro de los momentos que él convirtió en broma cuando normalmente terminaban en bronca. Estábamos tan conectados. Era mío y lo quería conmigo siempre.

Ahora mi corazón está de luto, mis ojos están tristes. Yo quería verlo, yo quería verlo... lo repito y lo repito cada vez más en silencio, mientras que mi corazón va encontrando la calma poco a poco. Es más difícil soportar una pena cuando se está tan lejos, por eso lloré aquí como si con mis lágrimas pudiera retroceder el tiempo, lloré en los brazos de mi amor, en sus piernas, en sus hombros, en sus manos, y otra vez en sus brazos y así hasta que la tarde se hizo noche. El dolor se apoderó de mí. Pero en sus brazos me sentí reconfortada, en sus brazos caí para no morir de tristeza.

Si hubiera estado sola ya sé lo que hubiera hecho, y qué ganas tenía de hacerlo, pero eso sólo me hubiera llevado a la locura. Hubiera querido gritar de dolor y de rabia tapando mi voz con la canción de Guns & Roses que ya tenía elegida: “Civil War”, y hubiera gritado junto con Axel “my hands are tied!!!...” el dolor me habría ganado y para seguir cayendo hubiera seguido con otra de Axel para botar mi pena, y hacer mi catarsis acostumbrada, y al final hubiera terminado escuchando a Evanescence ya casi desvanecida de dolor diciendo con Amy Lee “this pain is just too real...” y llorando sin hombro ni brazos que me abracen, para amanecer casi sin cordura y más llena de dolor. Pero eso no fue así. Mejor que no fue así.

En lugar de flagelarme emocional y psicológicamente traté de dormir, amanecí tratando de ponerme en pie y por la noche mi media naranja y yo hicimos una ceremonia de despedida a mi hijito, que jamás podré olvidar, fue su idea, yo en mi pena casi no podía pensar. Solo recuerdo que deseaba oscuridad, lluvia y mar; hubo todo menos mar, pero aquí nuestro gran lago fue mi recompensa. Caminamos hasta las orillas del Bodensee en la noche tibia de fin de verano, llevamos una vela, una foto de mi hijito de la última vez que lo ví, de la vez en que sin saberlo nos despedimos para siempre de esta vida, papel y lapicero. En el lugar, ya de noche, recordamos los mejores momentos que él nos regaló y agradecimos a Dios por esa maravillosa creación.

La oscuridad brillaba, el sonido de las olas me recordaba a mi mar del Callao, donde tantas veces fuí con mi Pipo. Casi transportada por la naturaleza comencé a escribir en el papel en blanco, que por un lado tenía impresa nuestra foto de despedida. Mi amor y yo le escribimos a mi angelito, nos despedimos de él y le agradecimos por los inolvidables momentos que él nos regaló. Hice de la hoja escrita un barquito de papel y luego juntos lo dejamos ir sobre las olas del lago. Y de pronto, como si el cielo viera mi pena, comenzó una tempestad, con rayos y todo. ¿A dónde habrá llevado la corriente a mi barquito esa noche?. ¿Habrá alguna gota del mar peruano traída por las nubes hasta las aguas del Bodensee, o visceversa?. Todo está conectado, esa es mi confianza.

La rabia y la pena de no haber llegado a tiempo para despedirme de mi hijito se va alejando de mi. Me quedo con el sueño que tuve hace semanas, cuando él en sus últimos días seguro pensaba en mí. En el sueño mi mamá me decía: “Shany tu perrito se está muriendo”, yo no lo creía y buscaba en mi cuarto al Pipo, de pronto él vino corriendo velozmente hacia mi, casi desesperadamente y en cámara lenta. Con ese recuerdo me quedo, con sus pelusas suaves acariciando mi alma. Y sé, como me lo dijeron mis amigas angelitas de aquí, que “todos los perros van al cielo”, hasta hay una película sobre eso.

Ahora me invade un miedo de volver, la casa no es la misma sin él. Su casita, sus peluches y sus mantitas deben seguir ahí, ya no quiero ir... Cuando esté ahí querré hacer mi catarsis acostumbrada y gritar “my hands are tied!!!...”, aunque mejor será echarme a los brazos de mi madre, total ella también está sola sin él, ella también lo extraña.



miércoles, 2 de septiembre de 2009

A un océano de distancia

Pensándote

Al principio me envolvió la embriaguéz de lo nuevo, de lo hermoso y de todo lo que habría de descubrir en este país, al que llegué de la mano de un corazón que me amaba, y a quien yo amaba efervescentemente. El síntoma duró casi un año. Metí mis narices con miedo pero con ganas a todo lo nuevo que encontraba en esta Alemania: aprendí el idioma; con el cual sigo batallando para jugar con él como con mi amado castellano, probé nuevas comidas; que no consiguen desplazar a mis sabores peruanos, hice amigos de aquí y de diferentes culturas y, entre otras cosas, conseguí diferentes trabajos, todo para conocer bien este nuevo sistema.


Me casé y mi amor pasó de la efervescencia a la solidez, mi embriaguéz por lo nuevo se redujo. Hoy en cama, luchando con una terrible amigdalitis pienso en ti.


Cierro mis ojos y te veo, te escucho, te siento y hasta te huelo. Veo tu centro lleno de gente y de vida, escucho las canciones en las combis y el murmullo de la gente en los restaurantes de pollo a la brasa. Imagino que gente se sienta en las gradas de la Catedral de Lima para comerse un helado en su pausa laboral y que por el lado de la imponente Costa Verde, amigos disfrutan el sol o la brisa marina. Todo eso, así como el ajetreo y regateo en los mercados, los kioskos en las esquinas, los colegiales uniformados, y mi Pipo con su mirada tierna y su boquita de cachorro, todo eso aquí no hay.


Recuerdo cómo deseaba que Perú sea un país vecino de Alemania o visceversa, y poder invitar a todos mis amigos a dar un paseo por las calles de Stuttgart, o jugar a quién lanza la piedra más lejos en las aguas del bello Lago de Constanza, probar todos los chocolates, dulces y tortas deliciosas que hay aquí, y que ellos puedan sentir como yo la alegría de caminar por las calles despreocupados, respirando el freso aire de los inmensos parques llenos de árboles y de flores, que viajen en metros, buses y trenes cómodos, y disfruten de esas cosas que en Perú no hay.


“Uno no lo puede tener todo” dice un típico refrán alemán (“Man kann nicht alles haben”), y es cierto. Lo que me gusta de aquí falta allá, y lo de allá me hace mucha falta aquí. Sigo deseando que estos dos países sean vecinos, así una visita de Navidad o de Fiestas Patrias o solo porque se me antoja, no se haría esperar tanto, y sobre todo no costaría tanto. Pero si así fuera, o los peruanos serían mas serios y menos “barrio”, en el buen sentido y cosa que me encanta, o los alemanes tendrían que aprender a bailar cumbia o alcatráz, cosa que veo bien yuca.


Pero las aguas del Océano Atlántico me vuelven a la realidad, todo él me separa de ti y de mi gente, pero a la vez me une al contacto con el mundo, aquí se entremezclan, aunque usted no lo crea, diferentes culturas; viven colonias turcas, indúes, polacas, un poco de israelíes y palestinos, y por su puesto vive también gente latina, más brasileños y mexicanos que peruanos y chilenos, pero hay de todo, y mis ojos, aunque a veces se entristecen de nostalgia, se enriquecen de cosas nuevas y esperan ávidos al mañana, que vendrá con sus cosas nuevas y sus florcitas de primavera.


Por lo pronto espero que estas bacterias alemanas abandonen mis amígdalas chalacas, ya tuve suficiente con mi doctor , muy graciosos él, que me hizo sacar la lengua hasta la barbilla, a lo “Kiss”, y confirmar con una sonrisa entre tierna y llena de satisfacción (por lo de la lengua), que mis amígdalas están efectivamente superinflamadas y que sí debería recetarme antibiótico, porque aquí antibiótico sólo se vende bajo prescripción médica. ¿Qué más no iré a descubrir aquí, lejos de ti?.